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YA ESTÁ EN LAS GÓNDOLAS LA GUÍA DE VINOS DESCORCHADOS ARGENTINA

Ya está en las góndolas la guía de vinos descorchados Argentina
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7 minutos

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13/01/2012
El crítico chileno Patricio Tapia hizo su primera guía exclusivamente sobre vinos de nuestro país catando más de 1100 ejemplares junto a los enólogos y agrónomos.

Yo les tiraría un botellazo en la cabeza. Y ya. Nada más. ¿Así es que no te gusta lo que hago? Pues toma, ahí tienes. Te rompo la botella esa en tu cabeza a ver si cambias de idea. Y, por favor, te puedes ir directo a la mierda. Ahí está la puerta. Sí, esa puerta. Hago vinos. Es un hobby, pero también una manera de entender lo que sucede más allá, lo que pasa por la cabeza de mis fuentes de información porque soy periodista y porque en la universidad, con mis compañeros, nos formamos en esa idea de que para escribir historias hay que vivirlas, que reportear no significa husmear, sino zambullirse en el agua fría. A veces se puede, otras veces no. La mayoría no.

Así es que ahí estoy, mostrándole mi vino a ese enólogo, explicándole lo que quise hacer, la intención detrás. Excusas nada más porque al tipo que tengo enfrente, por muy enólogo que sea, el vino no le ha gustado. Así es que, bueno, se me cruza la idea de quebrarle la botella en la cabeza. Y ahí tienes, mal parido.

Afortunadamente, todos tenemos filtros. Cosas que no decimos, aunque sentimos. Cosas que no hacemos, aunque quisiéramos. Es quizás debido a esos filtros que la nueva fórmula de degustaciones de Descorchados ha terminado por funcionar. En Chile. En la Argentina. En vez de probar todos los vinos de Sudamérica en mi oficina, hemos salido a conversar con cada uno de los enólogos de la Argentina y de Chile. Algo así como trescientas reuniones con ellos para conversar sobre sus vinos, casi tres mil vinos. Agotador y alucinante, ambas sensaciones mezcladas, como una tormenta bipolar que llega a las costas amenazando con su improbabilidad. Es difícil. Fue difícil. Sentarse frente a ellos. Decirles lo que piensas, a la cara. Porque de eso se trataba todo. De ser honesto. De decir la verdad. Resultó a veces. Pero uno miente tanto en un día. ¿Lo han pensado? Pequeñas mentiras para hacernos la vida más simple, para que el monstruo no nos coma de una vez. No me gusta tu vino. Aunque es tremendo en su estilo, aunque sé que a muchos les va a gustar, aunque sé perfectamente que muchos van a estar más que felices por pagar lo que pides, a mí no me gusta. Y no me gusta por esto. No me gusta por esto otro. La idea fue ser honesto. No mentir. Y no mentir es difícil. Tremendamente difícil. Difícil y agotador.


Y esa honestidad, al menos en mi caso, no nace debido a que soy un ángel, una especie de héroe en el tiempo y en el espacio que puede ir volando por la vida, eyaculando la verdad por el mundo sin consecuencias, pero sobre todo sin remordimientos. La conciencia limpia, como la de los niños. El puñetero dueño de la verdad.

No. No soy ese personaje. Estoy lejos de serlo. Y lo cierto es que la única muleta que tengo para apoyarme frente a todos estos productores de vinos es recurrir a mi gusto personal, a lo que yo creo que es la base del vino. Decirles que no me gusta o que me encanta lo que hacen. Nada más. Eso. Esa muleta. Ese es mi filtro.

Así ha sido. En la Argentina y en Chile, lo que Descorchados ha hecho ha sido juntarse con los que hacen los vinos y hablar. Algunas discusiones han estado buenas, otras han estado delirantes, otras no nos ha dejado huella. Pero así fue como pensamos que iba a ser. Sentarse a discutir sobre vinos fue, finalmente, como sentarse a discutir sobre fútbol. A veces estás de acuerdo; otras veces no. A veces te enfureces; otras veces no. Y hay veces en las que no hay nada de qué hablar. Y te quedas mudo.

Hay vinos que me gustan y otros que no. Hay vinos que son buenos, aunque no me gusten. Me gustan los vinos de Jurá. Me gusta el País (la Criolla) de Chile y la Bonarda de la Argentina. Me gustan los Mondeuse de Savoya y la Baga de Bairrada, sobre las costas de suelos calcáreos al norte de Lisboa, porque creo que nací allí. Y me gustan los vinos de López y amo lo que hace Carmelo Patti y creo que Vigil está loco y que todos estamos locos, perdidos, zambullidos en un mundo de mentiras que se proclaman a sí mismas como auténticas verdades, las puras, las limpias.

Y todo eso porque me gusta pensar en un mundo en el que los productores de vinos no miren a ese monstruo que es el mercado, que no lo sigan, que no intenten seguirlo. Me gusta la idea de imaginar un mundo en el que la calidad así, a secas, es una comida chatarra, descartable, olvidable. Y que lo realmente importante es el carácter, es lo que el vino tiene que decir. Él. Nada más que él.

Me gustan los vinos amarillos de Jurá (mato por ellos) y me llevaría a mi propia isla desierta centenas de amontillados y olorosos y manzanillas de Jerez porque no puedo vivir sin ellos, porque me gusta que los vinos huelan a mar, quizás porque me he criado bebiendo-comiendo mariscales al seco, sin nada más que limones y mariscos. Y me gustan los borgoñas, pero no todos. De hecho, sólo los que viene de una pequeña apelación con nombre de flor: Chambolle. Y que huelen a flores y que parece que te acariciaran la boca, pero luego te das cuenta de que te están bombardeando con miles de pequeñas agujas, tan certeras y filosas como los malos pensamientos. El amor que duele. Chambolle.

Me gustan los vinos de Barolo porque no huelen a frutas, sino a trufas y a tierra. Pero también me gustan los vinos esos, los modernos, los bien hechos, pero que no ambicionan estar en Burdeos ni en Pomerol, sino en Uco, allí arriba, en las montañas. Y también me gusta el Torrontés porque me recuerda a las empanadas fritas de pollo que comí en mi primer viaje a Salta, un viaje que nunca, nunca voy a olvidar.

Y adoro el Malbec porque es una de las pocas cepas en el mundo que puede invitarte a beber vino, porque te sonríe, porque te seduce, porque te encanta, porque te complace y luego te atrapa. Y no te suelta más, aunque a veces sea tan voluble, tan poco consciente de su belleza; la adolescente que flota por la avenida, completamente ajena a lo que provoca, a lo que estimula. Descorchados es eso. Nada más que eso. Una opinión. Una forma de ver las cosas. Y agradezco -no saben cómo lo agradezco- que tras tantas catas nadie me haya tirado una botella por la cabeza. Y lo agradezco porque, claro, en el fondo siento que a veces me lo merezco.

Así es que nada más. Los invito a ponerse cómodos, a estirar las piernas.

Esto es Descorchados 2012. Sean todos muy bienvenidos.


Fuente: Patricio Tapia - Patricio@vinorama.cl // El Conocedor.


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