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TERRUÑO SÍ, MILAGROS NO

Terruño Sí, Milagros No
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4 minutos

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30/08/2011
Las características de suelo y clima dejan siempre su marca en los vinos. En la Argentina, el camino del terruño recién se está comenzando a transitar y ya existen algunos indicios alentadores sobre la diferenciación geográfica como elemento generador de prestigio.

Ninguna persona dotada de un conocimiento medianamente sólido en el tema vinos puede negar la importancia del terruño. Y a pesar de los profesionales seguidores de la enología intrusiva, todos saben que las características de suelo y clima dejan siempre su marca en el producto final.

Las regiones con abundante sol, por ejemplo, producen vinos inevitablemente distintos a aquellas en las que el astro rey no brilla demasiado, y no hay manera alguna de resolver eso por completo; sólo es posible mitigarlo hasta cierto punto. La presencia de sol es sólo uno de los tantos factores del entorno que rodea a las vides, que incluye también la composición y profundidad del suelo, la altura, la topografía, la cercanía de mares, lagos o ríos, la humedad relativa, la pureza ambiental y un etcétera tan largo que resulta casi inabarcable. No olvidemos, además, que los citados son factores constantes a través del tiempo, y que a ellos habrá que sumar las variaciones en la marcha climática de cada añada.

Los europeos han sido siempre los más importantes defensores de este concepto tan fundamental, lo que se explica en gran medida por la antigüedad de sus regiones vitivinícolas y por la abundancia de terruños muy diferentes en territorios no muy vastos. Vinos que se hacen durante generaciones en lugares perfectamente demarcados con variedades que están allí desde hace siglos dan como lógico resultado sabores muy típicos asociados a esas peculiaridades regionales. Es decir, vinos de terruño.

Ahora bien, por otra parte estamos hablando de Europa, un continente que hoy se encuentra a la defensiva frente al avance de los vinos del Nuevo Mundo y que no escatima recursos a la hora de mantener su posición en el ámbito vitivinícola internacional. Por eso, las preguntas ineludibles son las siguientes: ¿cuál es el verdadero límite de todo lo señalado?, ¿hasta qué punto se justifican las diferencias enormes de precio entre vinos de una misma zona provenientes de viñedos que se encuentran distanciados entre sí, a veces, por decenas de metros?, ¿hay marketing en todo el asunto?

Como hemos dicho, en el Viejo Mundo o en cualquier otra parte, el marco ecológico de los viñedos afecta de manera determinante la calidad, pero eso no siempre explica las diferencias de sabor, estilo y precio, sobre todo cuando se pretende trazar jerarquías geográficas en lugares absurdamente pequeños.

Nunca debemos olvidar que otra buena parte de lo que ofrece una botella tiene que ver también con la elaboración y la crianza, capaces de modificar el carácter primario que viene implícito en los racimos. Mientras tanto, los precios están siempre relacionados de un modo muy estrecho con elementos abstractos tales como la historia de cada bodega, la reputación de la zona o, simplemente, con el grado de esnobismo de los consumidores pudientes. El terruño genera calidad, pero no hace milagros. Los "milagros", por así llamarlos, los hace el hombre con sus manipulaciones y con su habilidad comercial.

En la Argentina, el camino del terruño recién se está comenzando a transitar. Existen ya algunos indicios alentadores sobre la diferenciación geográfica como elemento generador de prestigio y precio, cuyo vértice más visible es el de los Single Vineyards y otras experiencias similares, que poco a poco ganan terreno entre el público de buen poder adquisitivo.

La importancia del fenómeno no radica tanto en su incidencia actual, sino en su enorme potencial futuro, ya que el reconocimiento de las bondades de las diferentes comarcas ubicadas en cada región viñatera es el mayor capital que posee la vitivinicultura argentina y el mejor indicio de que es un país productor con mayúsculas. Por eso, hago votos para que ese feliz camino continúe por el sendero de la buena fe, produciendo y embotellando vinos que expresen realmente el carácter de sus respectivas zonas con el menor número posible de "milagros". Porque, en definitiva, el único y verdadero milagro es el de las vides que crecen año tras año incorporando todo lo que les da el terruño. Sólo así se logran vinos realmente grandes, con sabor a tierra y a sol, a montaña y a viento, a barda y a río.


Fuente: Gustavo Choren - El Conocedor.


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