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PAREDES O VENTANAS

Paredes o Ventanas
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23/11/2011
Siempre ha existido, y siempre existirá, una legión mayoritaria de vinos sencillos e industriales hechos bajo el concepto de grandes volúmenes destinados al consumo masivo y despreocupado. Sin embargo, también hay muchos ejemplares argentinos que sorprenden por su expresión varietal, territorial y humana.

No recuerdo exactamente cuándo fue que escuché por primera vez el término "expresivo" aplicado a un vino, pero sí puedo afirmar que tal adjetivación ha sido una de mis favoritas a partir de entonces. En efecto, creo que se trata del vocablo más adecuado para definir una característica propia de los vinos capaces de despertar espontáneamente la sensibilidad de quien los bebe. En líneas generales, un vino expresivo es aquel que impresiona los sentidos, que tiene una gama amplia de aromas y sabores, que posee carácter y estilo. Hilando un poco más fino, se podría hablar de la multiplicidad de facetas tenuemente escondidas detrás del término de marras. A modo de ejemplo, se puede afirmar perfectamente que la expresión de cierto ejemplar está originada, indistintamente, en su nítida identidad varietal, o en su clara definición de terruño, o en los resabios de su sistema de elaboración, o en la feliz conjunción de todos esos factores. Pero allí no se agota la cosa.

Siempre he pensado en los vinos como reflejos, como entidades que transmiten algo: ora la uva, ora el origen, ora la personalidad de quien los hace. La falta de semejante característica los vuelve opacos, ciegos, mochos, carentes de sentido.

Para mí, un buen vino es una especie de ventana, mientras que uno malo (lo que no necesariamente tiene que ver con su precio) es una pared.

La idea, por cierto simple, es que el "vidrio" permite ver lo que hay detrás del producto, tanto sea el viñedo, la cepa o la personalidad del que lo hizo. Siguiendo este razonamiento, mirar hacia una ventana equivale a ver paisajes, individuos, situaciones dinámicas y cambiantes. Un mismo panorama, incluso, no se ve igual en invierno que en verano, en un día de sol o en uno de lluvia. Independientemente de su ubicación en tiempo y espacio, el ventanal no impone límites a nuestra capacidad visual.

Por el contrario, la pared no nos deja ver nada, y nunca cambia. Lo único que podemos hacer para tratar de eludir su condición aburrida es pasarle un poco de pintura o colgar un adorno, pero creo que todos estamos de acuerdo en que no es lo mismo. Sólo la transparencia del cristal permite ver el mundo más allá de su propia materialidad.

En una hipotética traslación de tales elucubraciones filosóficas al tema vinícola, debe quedar claro que me refiero al segmento con ciertas pretensiones de calidad, puesto que siempre ha existido, y siempre existirá, una legión mayoritaria de vinos sencillos e industriales hechos bajo el concepto de grandes volúmenes destinados al consumo masivo y despreocupado. Pedir cualidades expresivas en ese campo sería como pedir un plato de ostras frescas en el norte de Santiago del Estero. Sin embargo, también queda claro que el veterano debate sobre los vinos de paladar industrial está enfocado en etiquetas que no siempre se destacan por su precio módico. Dicha discusión incluye también algunas de las bodegas más importantes del mundo, así como muchos de los célebres y mediáticos personajes que las encabezan, las asesoran o las comunican. Y, por supuesto, etiquetas cuya cotización se mide en monedas fuertes con un mínimo de tres cifras. O sea que no se trata de un tema menor en ningún sentido porque hablamos nada más y nada menos que de dominio de mercado, poder y dinero.

Ahora bien, cuando yo mismo creía que la causa de los vinos expresivos (es decir, las ventanas) estaba irremediablemente perdida, hete aquí que he venido a encontrarme, en los últimos tiempos, con un número gratamente creciente de ejemplares argentinos que sorprenden por esa cualidad feliz en su faceta varietal, territorial o humana.

En otras palabras, vinos que me asombraron por el nítido pero elegante reflejo de su cepaje, o por el sabor con claras connotaciones del correspondiente terruño, o por la continuidad de un estilo consustanciado con sus hacedores. ¿Quién dijo que estaba todo perdido? No obstante, la lucha continúa, porque tanto la expresión como la estandarización tienen mucho que ganar y mucho que perder en este planeta cada vez más impredecible.

Los que trabajamos en el ámbito de la industria o a su alrededor solemos llenarnos la boca con frases como "el vino nace en el viñedo", "el vino es la bebida más cultural" o "cada vino es distinto al otro". Y ellas son sólo tres de las tantas composiciones lingüísticas que intentan transmitir la magia y el sentimiento de la única bebida que arrastra consigo todos los valores positivos de la humanidad. Por eso, si no apoyamos la elaboración de vinos cada vez más expresivos, creo que estamos dando lugar a una enorme contradicción.

En definitiva, creo que ha llegado el momento de decidirse, de una vez por todas, por las paredes o por las ventanas.


Fuente: Gustavo Choren - El Conocedor.


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