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ESPUMANTE SÍ, OTRO NO

Espumante sí, Otro no
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07/12/2011
El empleo de nombres europeos para designar diferentes vinos argentinos data de las últimas décadas del siglo XIX. Sin embargo, la Argentina tiene todavía una asignatura pendiente: la del "Champagne".

Todos los registros históricos disponibles nos dicen que el empleo de nombres europeos para designar diferentes vinos argentinos data de las últimas décadas del siglo XIX. El fenómeno no fue exclusivamente local, ni mucho menos, puesto que una situación similar de dio en todos los países vitivinícolas del Nuevo Mundo. Denominaciones tales como Borgoña, Chablis, Oporto o Jerez (con sus debidas correspondencias al inglés como Burgundy, Port o Sherry, según el caso), tuvieron una utilización casi simultánea en numerosas regiones que por entonces contaban con una incipiente industria del vino. Así, la profusión de etiquetas con tales apelativos fue, durante prácticamente un siglo, tan común en nuestro país como en Chile, Sudáfrica, Estados Unidos o Australia.

Esto resulta perfectamente lógico en el contexto social y cultural de la época si tenemos en cuenta el carácter hereditario de la tradición europea en cada una de las citadas naciones. No resulta nada sorprendente que algo así fuera tan común cuando los viñateros eran inmigrantes directos o sus primeros descendientes. Y tampoco hay que olvidar la mentalidad de los consumidores de antaño (un dato que no siempre se tiene en cuenta), incapaces de reconocer otra tipificación que no fuera aquella dada por las marcas de sonoridad francesa, española, italiana o portuguesa. Para la Argentina de 1900, con casi un 45% de su población compuesta por extranjeros recién llegados (que alcanzaba más del 50% en Buenos Aires, Rosario y otras grandes ciudades), un nombre hispánico, itálico o afrancesado implicaba una tácita garantía de éxito para cualquier vino nacional que se animara a competir con la fuerte importación de esos tiempos. No era solamente una cuestión de añoranza del terruño, de dolor por el desarraigo o de homenaje a la patria lejana: era también una necesidad práctica del mercado.

Por supuesto, la historia siguió su curso y el mundo fue cambiando. Mejoraron las comunicaciones, las grandes distancias dejaron de serlo y la interacción entre países y continentes se intensificó notablemente.

Ya en la década de 1970 comenzó a discutirse la legitimidad de los nombres de regiones vinícolas célebres aplicados a vinos que eran producidos a miles de kilómetros de ellas. El mundo globalizado del siglo XXI encontró a la industria vitivinícola mundial bastante de acuerdo respecto al tema luego de veinte años de debates. Ya no más Borgoña, ni Chablis, ni Beaujolais, ni Oporto, ni Jerez, ni Sauternes ni Champagne para productos que no sean elaborados íntegramente dentro de los límites geográficos de sus respectivos terruños. Esto se respeta, al menos, en el ámbito del comercio internacional.

En nuestro país, los mencionados pasaron por diferentes suertes. Beaujolais, Oporto y Jerez cayeron en un desuso concomitante con la falta de consumo de esos productos (los vinos "estilo Oporto" serían una reciente excepción). Borgoña y Chablis, en cambio, no desaparecieron por falta de consumo, sino porque las bodegas fueron encontrando distintas alternativas para relanzar las etiquetas omitiendo esas denominaciones.

Sin embargo, la Argentina tiene todavía una asignatura pendiente, que es la del "Champagne". En rigor de verdad, el término así tal cual ya casi no se utiliza, pero lo preocupante del caso es que todavía queda gente en la actividad y sus alrededores que insiste con la fea costumbre de castellanizarlo bajo las formas de "champaña" o, peor aún, "champán".

La buena noticia es que las normas locales sólo aceptan los apelativos "espumante" o "espumoso" para los ejemplares del segmento, a la vez que el mismo público consumidor se va acostumbrando a utilizar esta sana denominación, que constituye la mejor manera de llamar a los vinos producidos por una segunda fermentación en estas latitudes. Es decir que no sólo disponemos del nombre alternativo correcto, sino que la mayoría de la población ya lo ha adoptado.

¿Por qué razón, entonces, algunos insisten con los nombres falsos, anticuados y absurdos para referirse a un tipo de vino que ocupa un espacio importante (y creciente) dentro de nuestro mercado? En general, nos inclinamos a pensar que estas discusiones habían quedado en el pasado, pero lamentablemente continúan bien vigentes. He escuchado defensores de los rótulos "champaña" y "champán" entre bodegueros y colegas, aunque parezca mentira, hace no mucho tiempo.

Durante los brindis de estas fiestas que se aproximan, levantemos nuestra copa de espumante bien argentino y tengamos la dignidad de llamarlo como corresponde. A no ser, claro está, que esté servida con un auténtico, clásico e inequívocamente genuino champagne francés. Porque llamar a las cosas por su nombre es un signo de respeto hacia ellos, y también hacia nosotros.


Fuente: Gustavo Choren - El Conocedor.


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