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¿EL FIN DE LAS BODEGAS BOUTIQUE?

¿El fin de las bodegas boutique?
Tiempo de lectura:
4 minutos

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17/08/2011
Desde fines de la década pasada hasta hace un par de años, la vitivinicultura argentina vivió el furor de las pequeñas bodegas o, como todavía se las llama, boutique. Sin embargo, la dura coyuntura actual parece acorralarlas frente a la competencia de las grandes. ¿Tiene futuro el negocio de hacer vino en pequeños volúmenes?.

Según los registros históricos, el modelo más antiguo de bodega boutique es el château francés. Aunque se discute mucho acerca de su verdadero significado, cuando en el mundo del vino se habla de château se alude a aquella empresa vitivinícola que elabora vinos sólo con uvas propias provenientes de un viñedo muy cercano a la bodega. Claro que, trasladado al Nuevo Mundo y a la época actual, este concepto cobró un nuevo sentido: hoy y aquí, bien entendido, equivale a una propiedad de dimensiones reducidas, generalmente familiar, donde la producción de vinos cobra una escala humana, un carácter cercano a lo artesanal en cuanto a calidad y volumen, y extrema los cuidados en el proceso de elaboración, desde la uva hasta el corcho. Mejor aún si los productos resultantes se comercializan en círculos exclusivos, tales como restaurantes selectos y vinotecas especializadas. De esa manera, una botella se convierte en un artículo especial, bien alejado de lo masivo, al que sólo se accede en determinados lugares y circunstancias. Y en ello, precisamente, reside la magia del asunto: frente a tanta masificación del consumo, esas etiquetas raras, escasas y poco conocidas constituyen un soplo de aire fresco, una alternativa que vuelve más interesante el mercado.

Sin embargo, las pequeñas bodegas, como también se las llama, están obligadas a crear permanentemente estructuras de comunicación y comercialización para sobrevivir con pocos recursos frente a la competencia feroz. Las más afortunadas ya cuentan con una imagen constituida, e incluso existen unas pocas que alcanzaron la envidiable categoría de "bodegas de culto". Pero la mayoría no tiene todavía esa suerte, y los apremios económicos comienzan a presionar fuerte sobre su potencial de supervivencia. Desde sus comienzos, muchas apostaron todas las fichas al mercado externo y otras prefirieron jugarse a crear su propio espacio en el ámbito local a fuerza de charlas, presentaciones y degustaciones en las principales ciudades del país. La explotación del turismo vitivinícola, creciente hasta hace poco, fue otra forma de canalizar el interés del público mediante la apertura a las visitas y la venta directa en el propio establecimiento.

Desafortunadamente, todos esos frentes de lucha presentan un panorama cada vez más sombrío. Las exportaciones no logran mantener los niveles de años anteriores, a la vez que el mercado local se desploma conforme las empresas grandes copan la comercialización aprovechando el escenario recesivo. El turismo, ya herido desde octubre del año pasado, sufre ahora las tremendas consecuencias de los descuidos sanitarios que convirtieron a la Argentina en un país peligroso para la salud. ¿Es el fin del veranito de la vitivinicultura? ¿Serán las bodegas pequeñas las primeras en caer?. Tal vez, aunque siempre habrá un espacio para ellas porque siempre existirán los consumidores dispuestos a pagar unos pesos más por algo diferente y exclusivo. Pero cuidado, la experiencia también nos dice que toda crisis deja su tendal de víctimas y que para sobrevivir hace falta tener astucia, voluntad y creatividad. Por eso, las bodegas pequeñas sólo podrán salir a flote en medio del huracán si trabajan duro, de manera sustentable y bien administrada, con una actitud inquieta y un marketing inteligente.


Fuente: Infobae.


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