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UN AÑO DE PRUEBA PARA EL VINO ARGENTINO

Un año de prueba para el vino argentino
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29/05/2012
El proceso de globalización de la vitivinicultura parece acelerarse con la crisis en medio de la falta de certezas sobre lo que vendrá. Mientras tanto, la Argentina mantiene una posición relativamente firme que le asegura alguna estabilidad en el corto plazo.

Como nunca antes había ocurrido en el mundillo vitivinícola local desde hace, al menos, veinte años, la mayoría de los referentes de la actividad coincide en señalar que el 2012 será un año de prueba para los vinos nacionales. El panorama doméstico que, si bien no es malo, tampoco tiende a mejorar visiblemente, se suma a las desalentadoras perspectivas internacionales. En semejante coyuntura, nadie duda de que las bodegas argentinas están obligadas a hacer los números muy ajustados en todos los frentes: la propia producción, la comercialización interna y la exportación.

Hace pocos días, el INV informó las cifras que arrojó la segunda etapa del pronóstico de cosecha 2012, en las que se estima una producción de 22.460.469 quintales de uva, una suma 22% menor a lo cosechado durante la vendimia 2011, que fue de 28.745.309 quintales. Para la provincia de Mendoza se espera una producción de 15.669.815 quintales, es decir, una disminución del 17,8%, y para la provincia de San Juan se estiman 5.257.395 quintales, lo que significa un descenso del 3% en relación con lo cosechado durante el año anterior. Aunque algunos ven los números precedentes con preocupación, otros indican que los volúmenes básicos que se mueven aquí y afuera no se verán afectados de manera sustancial.

El mercado interno no ha cambiado mucho respecto de lo que viene ocurriendo en los últimos tres o cuatro períodos anuales. La baja del consumo es moderada, más cerca de una meseta estacionaria que de una caída. Los problemas de comercialización continúan igual, con serias dificultades para las bodegas más chicas, incapaces de pagar los altos costos que acarrea la presencia en los puntos de venta más apetecidos de las grandes ciudades. Así, muchas se ven obligadas a buscar pequeños nichos en zonas periféricas de Buenos Aires y el interior, aunque ello no tiene nada que ver con la crisis, puesto que es así desde hace mucho tiempo. Tal vez la situación pueda definirse de la siguiente manera: para las bodegas grandes, vender implica invertir más en la comercialización. Para las chicas, representa más esfuerzo y más tiempo.

De las fronteras hacia afuera, la problemática actual no pasa por un tema de mayor o menor cantidad de vino, sino por la creación de estrategias para sortear la crisis. Lo que para algunos es una visión sombría del futuro para otros representa una ocasión perfecta que permite definir políticas de promoción capaces no sólo de mantener los mercados mundiales ganados, sino de conquistar otros. Incluso el hecho de exportar cantidades inferiores en volumen no parece resentir los valores totales en términos económicos, tal como ocurrió en 2011: se exportó menos vino, pero se facturó más dinero.

La incertidumbre global ¿es una oportunidad?

La vitivinicultura internacional navega en un mar de incertidumbres sobre su propio futuro, aunque con diferentes matices según cada país y región. La superproducción es un fantasma que asusta no sólo a los europeos, sino también a países del Nuevo Mundo. Nuestro vecino Chile, por ejemplo, pasa por un difícil momento en materia de vinos, producido por condiciones económicas desfavorables y cierta dificultad para mantener los mercados externos, que representan más del 90% de las ventas. La situación de Australia es similar, pero un poco más estable, sobre todo porque allí las erradicaciones de viñedos comenzaron hace varios años y las exportaciones se mantienen firmes. El consumo mundial, que había experimentado un ligero repunte en 2006 y 2007, cae desde entonces por razones que no solamente atañen a la crisis económica. El problema sigue siendo el de siempre: por más crecimiento del consumo que haya, no es suficiente para absorber los excedentes mundiales que, por ahora, no dejan de inflarse. En semejante escenario, algunas naciones tienen frente a sí una situación complicada en este mismo momento, mientras que otras parecen contar con algún tiempo de tranquilidad por delante (no mucho, pero algo es algo) gracias a no haber aumentado lo que producen de manera exponencial durante la última década. En este grupo se destacan la Argentina y Sudáfrica. Finalmente, se abre un interrogante frente a los países que aparecen como futuros grandes consumidores, pero que podrían convertirse también en grandes productores, especialmente para absorber la creciente demanda interna. Tal es el caso de China y Rusia, que quizás no sean capaces de generar calidad hasta dentro de mucho tiempo, pero sí puedan producir enormes volúmenes en un período relativamente corto. Y, como todo el mundo sabe, las cifras gruesas que sustentan los mercados se siguen moviendo con base en los vinos baratos.

¿Qué pasará de aquí en más? Es difícil afirmarlo en un presente tan poco claro, en el que nadie sabe muy bien qué quiere ni hacia dónde se dirige. Como cualquier otra actividad productiva, la vitivinicultura está sujeta a los vaivenes de la política mundial y al desarrollo de la economía, pero tales condiciones fluctúan de una manera cada vez más imprevista y veloz. Algunos países que hace diez años eran señalados como ejemplos por su inteligente y agresiva inserción en los mercados de exportación hoy enfrentan una gravísima crisis de la industria. La Argentina, en cambio, que para la misma época era prácticamente ignorada en materia de vinos de calidad, se ha consolidado como un gran proveedor para todo el mundo con buenas ventajas competitivas. De la capacidad para explotarlas eficientemente dependerá su futuro.

Los resabios de la crisis

De la conversación con periodistas, comerciantes, enólogos y otros actores del vino mundial se desprende la existencia de un importante desasosiego por la situación actual de la economía planetaria. Ello no abarca solamente a la cuestión vinífera, sino que incluye, además, la falta de trabajo y de crédito, el agotamiento de los recursos naturales (preocupación muy fuerte en Europa) y el creciente desamparo frente a una situación que parece exceder la capacidad de los gobiernos. A pesar de esto, la misma circunstancia crítica que desvela a la humanidad genera insospechadas oportunidades. Así como ciertas regiones parecen adentrarse en el nubarrón de la inestabilidad, otras se mantienen razonablemente calmas y hasta pueden sacar provecho de la coyuntura. Finalmente, estos son algunos tips para tener en cuenta:

  • Tanto la producción como el consumo mundial de vinos de calidad entraron en una meseta que no será remontada en el corto plazo. Sólo es posible esperar que el ingreso de nuevos consumidores al ámbito de la bebida sea capaz de sostener lo que hoy se produce.

  • La crisis europea no afecta solamente al vino, sino a todos los productos alimenticios de base agrícola, ictícola o ganadera. Cada vez resulta más pesado para los países de la región sostener actividades con pocas posibilidades competitivas y recursos naturales agotados. Sin embargo, no hay que descartar -al menos en el caso del vino- que los gobiernos comiencen a destinar sumas cada vez más fuertes para planes de promoción y de ayuda a los productores, o incluso que tomen medidas radicales tales como barreras aduaneras infranqueables o prohibición de importaciones para ciertos productos.

  • El Nuevo Mundo vitivinícola titubea. En Australia, Chile y Estados Unidos, por ejemplo, el crecimiento de los últimos años comienza a perder ímpetu, mientras que en la Argentina y Sudáfrica ese fenómeno es más lento.

  • China podría convertirse en un fuerte competidor mundial durante la próxima década. Con una población enorme a la que hay que emplear, una creciente apertura a las inversiones extranjeras y sin ningún problema de stocks, los vinos chinos podrían abastecer su propio mercado y otros similares (mucho volumen sin grandes pretensiones de calidad) en los próximos años.

  • Brasil se fortalece como el mercado latinoamericano más fuerte para la Argentina. Los brasileños tienen una imagen muy positiva del vino argentino. Esta buena disposición, que comenzó a verificarse hace algunos años, tiende a consolidarse.

  • También continúan sólidas las perspectivas de buena evolución para nuestros caldos (economía mediante) en el resto de América Latina, con particular ímpetu en Colombia y México. En algunos casos, la acertada unión del vino con otros productos emblemáticos argentinos, como la carne, logra excelentes resultados en muchos emprendimientos gastronómicos encarados en esos países.

  • Nuestro país tiene abierta una puerta en este mismo momento. Naturalmente, la idea es entrar antes de que se cierre. Para eso, no sólo hace falta mantener una cierta calidad de producción, sino también salir a pelear los mercados mundiales de manera coherente (como lo hizo Chile en los noventa) realizando acciones que involucren a todos los productores y a los organismos que pueden colaborar en ello, tanto públicos como privados.


  • Fuente: Gustavo Choren - El Conocedor.


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