Cada paisaje es único. Sin embargo, para sobresalir, más allá de la naturaleza, un lugar debe tener conexión con el hombre. Eso es Noemía: un vino que nace en un pedazo de tierra en el Alto Valle del Río Negro y es único.

Hans Vinding-Diers es enólogo, es sudafricano, de padres daneses, formado en Burdeos y vinifica todos los años también en la Toscana. Con esa trayectoria, Hans tuvo que encontrar algo que lo sedujo en el Alto Valle del Río Negro para, a fines del siglo pasado mientras asesoraba a una gran bodega de la zona, decidir que era uno de sus lugares en el mundo. Parte de su pasión nació al toparse con unas viejas viñas de Malbec del período prefiloxera (en pie franco y de selección masal), implantadas en los años treinta, que cautivaron su atención. Luego, el paisaje, su clima y su gente hicieron el resto: lo convencieron.

Hans cuenta que supo desde el primer día que el Noemía, como bautizó al viñedo y luego a la bodega que comparte con su compañera Noemi Cinzano Marone, sería un vino especial. No tendría importancia que fuese un varietal puro de Malbec, más allá de las tendencias del marketing que ello suponía hacia principios del nuevo milenio. La clave era que de esa viña única se podía hacer un vino único. Y así fue.

Hoy esta pequeña finca de 1,5 hectáreas sigue siendo regada sólo cinco veces al año y se trata bajo el concepto biodinámico ya que el enólogo quiere intervenir lo menos posible en la elaboración. Año tras año, Noemía ofrece un fruto muy especial que, gracias al trabajo de un hombre y su equipo, muchos pueden disfrutar alrededor del mundo.

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Fuente: El Conocedor.