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DEL FANTINO AL SINGLE VINEYARD

Del Fantino al single vineyard
Tiempo de lectura:
5 minutos

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19/07/2012
El consumidor argentino no debe ser subestimado, ni siquiera en sus estratos más modestos. Desde el vinito hasta las etiquetas de lujo, creo que la gente sabe lo que toma mucho mejor de lo que creemos.

La relación entre los jóvenes y el vino es uno de los temas que más ha dado que hablar en los últimos años. No es para menos si tenemos en cuenta que la juventud representa el futuro de cualquier artículo de consumo. Conquistar el paladar de la mocedad parece importante en el momento actual, pero lo es mucho más en una perspectiva futura, ya que en ella están situados los principales compradores de la próxima década. Indudablemente, la industria ha realizado algunos avances en torno a la comprensión del tipo de productos que seducen al público juvenil, como lo demuestra la exitosa proliferación de ciertos espumantes, frizzantes y cosechas tardías en los ámbitos que los vinófilos bisoños suelen frecuentar. Pero si nos proponemos el ejercicio de aventurar una perspectiva de aquí a algunos años, la cosa no es tan sencilla. Entones, la pregunta obligada es la siguiente: ¿seguirá siendo el vino una bebida preferencial entre los adultos del mañana? Personalmente, creo que sí y pasaré a explicar por qué.

Uno de los hábitos -casi inconscientes- que he adquirido en una veintena de años de profesión es el de analizar y observar a la gente en su relación cotidiana con la más noble de las bebidas: qué dice, qué compra, qué imagen tiene del vino, qué lugar ocupa este en su vida diaria. Así, la actitud de los jóvenes también forma parte de esa observación permanente de conductas, lo que me ha permitido elaborar una serie de conclusiones. Y la más importante tiene que ver con algo que se resume en una sola palabra: respeto. Bien, al contrario de lo que mucha gente suele creer, la gente joven (incluso adolescente) no se toma la cuestión del vino a la ligera. De hecho, lo ven como una bebida importante, con tradición, capaz de generar cierto estatus, cierta aceptación social, que suele ser uno de los objetivos primordiales de la vida de las personas.

Debe quedar claro que esto no tiene nada que ver con el acartonamiento o las actitudes ceremoniosas. Esas sí suelen ser objeto de burla, pero ello no afecta la imagen del vino en sí misma. Repito: los jóvenes pueden hacer bromas con el vino, e incluso beberlo de un modo poco responsable (quién no lo ha hecho alguna vez), pero siempre tienen claro que detrás de todo eso hay una historia, una cultura, una convención social milenaria vinculada a los mejores valores de la humanidad: la familia, la amistad, el esfuerzo, el trabajo, las cosas duraderas. Hace poco tiempo me tocó vivir una situación que he decidido guardar en mi anecdotario vinícola, no sin antes transmitirla en estas páginas. Fue así que en una de esas celebraciones bastante numerosas, propias del calendario anual (más precisamente el "brindis" de fin de año en un pequeño club del cual soy socio), un grupo de jóvenes que ronda los veinte estaba consumiendo un brebaje cuyo color me intrigaba profundamente. Me acerqué a ellos y les pregunté de qué se trataba la misteriosa pócima que había despertado mi curiosidad. "Fantino", me contestaron. "¿Lo qué?", fue mi réplica haciendo uso de cierta licencia sintáctica. Y me volvieron a responder con toda naturalidad: "fantino" para luego aclarar, en vista de que mi gesto atónito no disminuía: "Fanta con vino".

Conocedor yo de la bohemia del grupete en cuestión y conocedores ellos de mi actividad profesional, se inició un risueño diálogo en el que inquirí si no estarían desperdiciando el contenido de alguna buena botella. Fue entonces que el líder de los consumidores de fantino se puso súbitamente serio, estiró el brazo y me mostró el vino común que usaba como base para el burdo potingue. Y aclaró, como si quisiera limpiar su imagen: "al fantino lo hacemos con esto, no con los vinos que traés vos. A esos hay que tomarlos solos, despacito", lo cual fue suscripto de inmediato por el resto de la muchachada con un murmullo de aprobación. Vale aclarar que se trata de simples trabajadores, gente de barrio sin la menor inclinación por el sofisticado mundo de la alta gastronomía o los vinos de alta gama. Sin embargo, no dudaron en mostrar un respeto casi reverencial hacia la más noble de las bebidas dejando bien claro que los tantos no deben mezclarse frente a las diferencias notorias de origen y calidad.

Detrás de toda anécdota hay una enseñanza. Para mí, la vivencia descripta demuestra que el consumidor argentino no debe ser subestimado, ni siquiera en sus estratos más modestos. Desde el vinito hasta las etiquetas de lujo, creo que la gente sabe lo que toma mucho mejor de lo que creemos. Y trabajar sobre los jóvenes (no tanto en volumen, sino en calidad) es casi un deber para la industria.


Fuente: Gustavo Choren - El Conocedor.


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