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TERRUÑOS: CUANDO EL NOMBRE ES LO QUE PESA

Terruños: cuando el nombre es lo que pesa
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06/07/2012
Mas allá de la calidad de producción que caracteriza a determinados terruños famosos, existen nombres que están ligados al vino de manera universal. Gustavo Choren señala que esa unión entre el nombre de ciertas regiones y sus vinos es uno de los elementos más fuertes en la construcción de prestigio y aceptación comercial, y analiza esa situación en nuestro país.

Los consumidores del Nuevo Mundo estamos acostumbrados a guiarnos por la marca de los vinos o, en última instancia, por la variedad o el tipo básico de producto. Casi nunca pensamos en comprar una botella en función de su origen territorial. Pero no ocurre lo mismo en Europa, donde la noción de la calidad está ligada de manera incontrovertible al terruño y da forma a una idea generalizada de "vino-lugar". Un buen consumidor francés que compra una botella de Borgoña tinto sabe -seguramente- que ese producto está hecho total o mayoritariamente con Pinot Noir, pero no lo compra por eso, sino porque es de Borgoña, con todo lo que ello significa. Por esa razón, los nombres de muchas regiones, zonas y comunas del Viejo Mundo han adquirido a lo largo de los siglos una sonoridad vínica inconfundible. ¿En qué otra cosa, sino en vino, piensa la gente cuando escucha hablar de Medoc, Champagne, Rioja, Jerez o Mosela, por ejemplo? De esa manera, los valores históricos, culturales y territoriales de ciertas comarcas están unidos estrechamente a una producción que las identifica, que les proporciona carácter y les brinda un lugar destacado en la consideración pública global. En definitiva, de eso se trata: el buen vino, reconocido como tal, es algo que produce un sano orgullo a todos los habitantes de su región originaria. Semejante ufanía popular es una característica típica de cada sitio en el que se cultivan vides y elaboran vinos, y tiene idéntica validez en lugares tan distantes y diferentes entre sí como una aldea de Toscana, un pueblito de Borgoña o un caserío de España.

La cantidad de comarcas vitivinícolas que existen en Europa es enorme, ya que en su mayoría no pasan de ser pequeños núcleos habitados que carecerían de notoriedad alguna si no fuera por su condición de productores vitivinícolas. Los distintos parajes están a veces en sucesión lineal, lindantes unos con otros y a distancias mínimas entre sí. Con todo, a pesar de ser ínfimas las diferencias geográficas, cada comuna asume su singularidad y su característica propia con gran celo. Europa, en cierta medida, monopoliza esa condición de poseer una asombrosa diversidad de sabores regionales individuales. Las causas de este fenómeno son muchas, comenzando por la antigua tradición en la materia, que ha pasado de generación en generación a lo largo de los siglos. En muchos pueblos, el vino se viene haciendo desde tiempos remotos por el mismo grupo humano, con las mismas variedades de uva y con idénticos sistemas de cultivo y elaboración. También entra en juego la riqueza cultural y étnica del viejo continente, históricamente marcado por sucesivos y constantes movimientos migratorios que dejaron su huella en la vida de los pueblos.

Existen poblados vecinos que tienen distintas gastronomías, festividades y creencias. Si las diferencias son singularmente notorias en tantas facetas, es razonable que también se den en los vinos. Finalmente, existen suelos con muchas diferencias de composición y muy ondulados, que producen un alto grado de variabilidad en la madurez de las uvas según la ubicación específica de cada viñedo.

Ahora bien, ¿cómo lograron fortalecer esas identidades, protegerlas contra los vaivenes del comercio mundial y, a su vez, transformarlas en un elemento vendedor? Las primeras ideas sobre el tema datan de la Edad Media y se dieron en distintas zonas de Europa en las que el prestigio de los vinos había superado las fronteras regionales. Oficialmente, la cosa tardó bastante en ponerse en práctica, ya que recién en 1935 Francia instauró por primera vez el término Appellation d'Origine Controlée. Con el tiempo se plegaron los demás países vitivinícolas líderes europeos, primero Italia, luego España y más tarde Portugal. Más allá de algunas modificaciones y modos de interpretar la cuestión que tiene cada país, el método es esencialmente el mismo: prestigiar el nombre de cada zona y obligar a sus productores a mantener un alto estándar de calidad mediante el cumplimiento de normas que aseguren la producción de vinos con carácter y personalidad territorial.

Sin embargo, independientemente de todos los elementos técnicos relativos a las normas de elaboración y certificación de los productos, subsiste ese elemento puramente nominal que produce la fascinación de la gente en todo el planeta. Se podría decir que son "regiones de culto" por simple mención. Y muchos agregarían, seguramente, que eso se debe a la dilatada trayectoria de terruños tan antiguos. Pero ¿es sólo el transcurso del tiempo lo que hace legendarias a ciertas áreas vinícolas, o eso mismo se puede construir en un período relativamente prudencial?

Argentina y sus regiones: ¿terruños legendarios de la próxima década?

Muchas veces se escucha decir que las regiones vitivinícolas argentinas no son todavía conocidas ni están explotadas como tales. Pero tal apreciación es errónea por partida doble. En primer lugar, la ya consolidada marca país "Argentina" comienza lentamente a volverse más sofisticada por el número creciente de visitantes extranjeros que la recorren, conocen sus bellezas naturales, comen en sus restaurantes y consumen sus vinos. Aquello de que nuestro país es confundido con otros o que nos encontramos en un rincón olvidado de la tierra podía tener sustento hace una década atrás, pero en este mundo global ha quedado completamente superado. Por otro lado, y yendo específicamente a la cuestión de referencia, ya hay zonas del territorio nacional que cuentan con un renombre ciertamente notable. Mendoza, por ejemplo, es por sí sola una gracia que determina de inmediato la evocación de viñedos, bodegas y vinos a nivel internacional. Por supuesto, todavía falta avanzar en el conocimiento más profundo de sus diferentes terruños, dado que "Luján de Cuyo", "Valle de Uco" o "San Rafael" son temas de conversación en círculos reducidos, pero se trata de un proceso que sólo demanda algo más de tiempo. Y esto es un hecho históricamente probado: hace 500 años se hablaba de Bordeaux y no se iba mucho más allá. Hace 200 comenzaron a cobrar celebridad algunos terruños específicos, como Medoc o Saint-Émilion. Y hace menos de 50 que los aficionados del mundo entero se ocupan de Pauillac, Pomerol o Graves. Lo mismo, pero en un lapso mucho menor (globalización y comunicaciones mediante), es lo que podría suceder con los terruños vitivinícolas argentinos. Aunque, en realidad, si uno observa bien, ya está pasando.

Mencionamos Mendoza porque es la provincia que mayor trayectoria tiene al respecto y también porque es la que mejor hizo las cosas: promovió el turismo, construyó la infraestructura necesaria, abrió los brazos a las nuevas inversiones y le brindó a la vitivinicultura todas las facilidades para hacer de ese terruño un "nombre" respetado y reconocido a nivel mundial. Del resto sólo hay una (al menos a mi criterio) que está empezando a lograr lentamente algo parecido, y es Salta. A través de algunas acciones decididas, inteligentes y bien encaminadas, existe una masa creciente de público que reconoce el lugar como la cuna de vinos con una tipicidad propia y singular, con el Torrontés como punta de lanza.

Mientras tanto, San Juan no parece despertar de un eterno letargo, a la vez que la Patagonia también circula entre la confusión y la falta de iniciativas. Este último caso representa un verdadero desperdicio, ya que "Patagonia" es por sí misma una marca de enorme implicancia en todos los aspectos. Si las bodegas de la región lograran unirse definitivamente y convencer a los respectivos gobiernos provinciales de la gigantesca veta que tienen delante, es seguro que los terruños australes lograrían rápidamente extender el peso nominal de su región hasta darles a sus vinos una valoración de alcance planetario.

Por supuesto, el panorama se puede enriquecer con cualquier elemento que refuerce la noción del territorio en su dimensión de prestigio y tipicidad, tal como ocurre con las variedades. Hoy tenemos un ejemplo a nivel nacional (Malbec) en convivencia con un puñado de ejemplos provinciales, algunos bien consolidados (el ya citado Torrontés de Salta) y otros aún en período experimental (Syrah de San Juan, Pinot Noir de la Patagonia). Pero lo principal es que la marca país existe y goza de muy buena salud. Lo demás es cuestión de poner la dosis de trabajo y creatividad que permita avanzar en algo tan importante como lo es el desarrollo de la "marca terruño". Porque el nombre del lugar, bien entendido, pesa tanto como el vino.

Tres factores que refuerzan el terruño como elemento vendedor

En estos tiempos en que el marketing está tan ligado a la promoción vitivinícola en todas sus formas, es bueno detenerse en las acciones que permiten fortalecer el éxito y renombre de los vinos argentinos asociados a su lugar de origen. Esos puntos son los siguientes:

  • El turismo cobra cada vez más importancia como factor de reconocimiento mundial hacia nuestra vitivinicultura. Si bien es una actividad que tiende a desarrollarse saludablemente en estas latitudes, no lo está haciendo de una manera pareja. Como hemos visto, San Juan, la Patagonia y otras regiones de nuestro país carecen todavía de políticas (públicas y privadas) tendientes a fomentar el sector del vino a través de sus extraordinarias posibilidades turísticas.

  • Siempre es positivo asociar la gastronomía con el tema vinícola, sobre todo en estos tiempos en que la gente pretende cada vez más encontrar el placer a través de la bebida y la comida. Las diversas riquezas culinarias regionales, por ejemplo, no siempre son explotadas en todo su valor, a pesar de que representan una gran oportunidad para hacer que la gente consuma "lugares" en su acepción más amplia, con el vino incluido.

  • La historia es otro punto que suma mucho interés entre el público educado y bien informado, pero se encuentra relegada o se maneja mal. Aunque el desarrollo actual del sector es un fenómeno relativamente reciente, no hay que olvidar el pasado de los vinos argentinos, y mucho menos que, en su origen como industria, la vitivinicultura nacional estuvo orientada hacia la calidad. Los museos, los centros de interpretación histórica y geográfica, los paseos a lugares con un rico pasado son algunas buenas alternativas para explotar.



  • Fuente: Gustavo Choren - El Conocedor.


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