Santiago Mymicopulo, miembro de la Asociación Argentina de Sommeliers y propietario de Casa Coupage, traza una radiografía completa de esta cepa.

La mejor forma para comprender algo es empezar a desglosarlo por el principio, por el origen.

En esta nota intentaremos ahondar en el conocimiento de la variedad de uva Tempranillo, y para ello viajaremos espacial y temporalmente hacia España, donde iniciaremos este viaje imaginario.

Ampelográficamente (la ampelografía, del griego "ampelos" -vid- y "grafos"-clasificación- es la ciencia que se encarga del estudio, la descripción y la identificación de la vid -vitis vinifera-, sus variedades y sus frutos), la cepa Tempranillo encuentra sus orígenes en dos variedades completamente ignotas en nuestro país, la Albillo Mayor y la Benedicto, cultivadas especialmente en el centro de la Península Ibérica, según las fuentes sacras fáciles de encontrar en Wikipedia.

Las referencias más antiguas que existen sobre esta variedad se remontan al siglo XIII. Su historia, como la de tantos productos de consumo, ha estado ligada al éxito comercial y la aceptación del mercado. Si nos remontáramos varios siglos atrás, teniendo en cuenta que el vino es un producto vivo que evoluciona con el paso del tiempo, sería sencillo imaginar que los primeros consumidores de estos caldos fueron aquellos ubicados en las cercanías de los viñedos.

Cada región productora de vinos, inclusive en aquellos años remotos, luchaba por colocar sus vinos y expandir sus ventas; mas el viaje de largas distancias era una prueba difícil de superar para cualquier vino de la época. La cercanía de un puerto sería una ventaja inicial que marcaría la diferencia.

A medida que los consumidores comenzaron a acceder a los vinos de regiones remotas, la competencia no se hizo esperar.

El vaivén histórico de cada siglo estuvo también marcado por el conocimiento de la potencialidad de cada uva en las diferentes regiones de cultivo.

Durante mucho tiempo la tendencia fue dominada por los vinos franceses, especialmente de la región de Burdeos.

Como varios enófilos sabrán, cada variedad de uva reacciona a los distintos factores agro-ecológicos (los suelos, las precipitaciones, las temperaturas medias, la altitud y el relieve), las cuales influyen en el desarrollo y la calidad de las uvas, y por consecuencia en el producto final: el vino.

A través de la observación y la práctica primero durante muchísimos años, la variedad Tempranillo demostró una gran adaptación a los suelos españoles.

El cultivo se extendió a lo largo de toda la península y se convirtió en la uva insignia de España, adoptando diferentes sinonimias que pueden generar confusión en los consumidores.

Así encontraremos que la misma variedad es conocida como Tempranillo, Tinta del país, Aragón, Arauxa, Cencibel, Ull de llebre, entre varios otros nombres.

La uva viajó y se desperdigó por el mundo, encontrándola también, en Portugal, Estados Unidos y Sudáfrica.

En nuestro país este cepaje ha tenido un desarrollo muy importante, especialmente en la década del 50 y 60 gracias a sus excelentes rindes productivos. Luego sufrió un olvido, compartido con muchas otras variedades tintas, resultado de hábitos de consumo internos y políticas acordes.

Actualmente encontramos un renacer del entusiasmo por esta variedad. En líneas generales, los mejores vinos de Tempranillo se obtienen en zonas con alta insolación y con temperaturas nocturnas muy frías.

En estas condiciones se alcanza una buena acidez, lo que permite obtener vinos de altísima calidad.

Para la formación de color en las uvas, se necesitan días con temperaturas moderadas y noches frescas, es decir, buena amplitud térmica. Todas estas características se encuentran en el Valle de Uco, una región donde encontraremos varios de los mejores exponentes de nuestro mercado.

Paradójicamente, en esta región es una variedad que brota más tarde, contradiciendo el origen de su nombre en otras regiones.

Es conocido por los enólogos argentinos la sensación secante de los Tempranillo, por lo que también es una variedad que se da muy bien en cortes o coupages con otras cepas de menor carga tánica y mayor color, como la Malbec y la Bonarda.

De hecho, históricamente el corte de Tempranillo con Bonarda ha sido elegido por muchos productores, resultado más de la experiencia que de los conocimientos científicos modernos.

Organolépticamente, es un cepaje que muestra un fuerte carácter frutal, levemente especiado, y reconocido por su gran capacidad de envejecimiento, aportando complejidad y aromas terciarios muy elegantes como notas de ciruelas, higos y uvas pasas.

Como consejo una vez abierta la botella, ojo con los que sirven el vino e inmediatamente lo huelen; hay que esperar por lo menos 15 segundos para que se equilibren los aromas.

Mi recomendación para descubrir diferentes expresiones de esta excelente variedad en nuestros teruños es probar vinos frescos y frutados como el Altocedro o el Tempus Alba.

Si se desean vinos donde el roble esté más presente sin opacar la fruta, el Trumpeter Reserve es una muy buena opción.

La expresión más sutil que nos puede brindar esta cepa, con un vino elegante, amable e inclusive más sensual la encuentro en el Alfredo Roca Family Reserve.

Por último, si lo que se busca es la complejidad, la elegancia y las notas de evolución, recomendamos comprar, guardar, esperar, ser pacientes, y disfrutar de un B-Crux, de la Bodega O'Fournier, un blend de 60% Tempranillo, 20% Malbec, 10% Merlot, 10% Syrah.

Si usted es amante de los vinos de mayor evolución, esta etiqueta le regalará recuerdos difíciles de borrar de su memoria emotiva.

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Fuente: Santiago Mymicopulo - iProfesional.