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MARCELO PELLERITI, EL FRONTMAN DEL VINO

Marcelo Pelleriti, el frontman del vino
Tiempo de lectura:
19 minutos

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23/11/2015
Cuando hace quince años el célebre Michel Rolland lo contrató para que se ocupara de sus viñedos en la Argentina, él dividía sus días entre producir vinos a escala doméstica y tocar la guitarra. Hoy, convertido en uno de los mejores enólogos del país, unió sus dos pasiones: mientras se reparte entre las cosechas de Mendoza y Francia, les diseña etiquetas a las estrellas de rock.

Marcelo Pelleriti maneja su Hilux rumbo al Valle de Uco y habla. Habla sin parar del vino, de por qué la improvisación y la creación son tan importantes como en el rock, y dice que hay que hacer algo nuevo cada vez para no morir de aburrimiento. Habla de su vida partida en dos países y en múltiples actividades, mientras la ruta que nos conduce a la bodega se entierra en un paisaje desértico. Detalla las diferencias entre hacer un Malbec increíble con una década de historia en el Valle de Uco y un Merlot en Pomerol, Francia, con trescientos años de tradición apuntándole a la sien. Habla de su familia, de su mujer que organiza el espacio de arte de la bodega, de su hijo baterista y de cómo su hija le canta canciones de Cerati de memoria, habla de sus obsesiones, de las guitarras, de los festivales que organiza, de cómo le gustó ponerse al hombro la empresa y multiplicar la rentabilidad, saliendo a vender vino en Estados Unidos vinería por vinería, con las botellas debajo del brazo. Entonces, suena su teléfono, el ringtone es un riff de guitarra distorsionado que el propio Pelleriti compuso.

-Hola, Rano, estoy yendo a la bodega. Cada uno va a tener su vino, no te preocupes. Decile a ese que no se confunda, que el festival lo hacemos nosotros, en Monteviejo, es nuestro festival.

Rano es Rano Sarbach, guitarrista histórico de bandas y solistas como Raíces, Charly García, Sandra Mihanovich, Memphis La Blusera, Robi Draco Rosa, Emmanuel Horvilleur y Gloria Gaynor. Rano es amigo personal y socio del enólogo que metió el vino en el rock. O del músico que encontró una manera alternativa de acercarse a quienes admira haciendo lo que mejor sabe hacer y sin tener que tocar la guitarra como Jimi Hendrix. "Estoy armando el wine rock 2016, es el 30 de abril. Hay que hacerlo con un año de anticipación porque los músicos tiene una agenda apretada".

Pelleriti nació en Mendoza el 23 de octubre de 1969 y a los cinco años hacía vino patero con su abuelo ("un tano duro, de esos que hacen de todo, te levantan la casa y pisan la uva"). Mientras tanto, estudiaba guitarra y sacaba los temas de Seru Giran y de Dire Straits como podía. El final de la secundaria lo encontró en la hiperinflación, una época difícil que compartió con quien hoy es el ingeniero agrónomo de la bodega Monteviejo, Marcelo Canatella. "Otro amigo, el Turco, nos había mandado a cosechar aceitunas, huevó -cuenta Canatella-. Me acuerdo de que habíamos visto de ida unas zapatillas que nos queríamos comprar. Entonces nos pasamos todo el día juntando aceitunas y, a la vuelta, las zapatillas costaban cinco veces más, huevó." "Lo que no te acordás -retruca Marcelo- es que ese campo no era del tío del Turco. Nos mandó a afanar aceitunas pero sin decirnos."


En aquel entonces, vivir en Mendoza era sofocante: no había dinero ni trabajo. El presupuesto de Marcelo era de dos pesos diarios para ir y volver a la facultad de Enología en colectivo. Con los cincuenta centavos que sobraban, compraba una manzana, porque no le alcanzaba para un alfajor. "Con Canatella inventamos mil cosas. Armamos una SRL y pedimos un crédito para hacer cebollas, pero nos cayó piedra. Después yo trabajé en una casa de videojuegos en el centro -que abandoné para ver un partido del Mundial- y en una repartición pública donde duré ocho meses porque los empleados iban a dormir. Hasta puse un vivero que más o menos funcionó, pero necesitaba estudiar enología y para llevar adelante el vivero había que estar ahí, metiendo pala con los pies en la tierra. Yo quería hacer vino, siempre quise hacer vino. Entonces comencé a trabajar en Eco de los Andes haciendo agua y ellos me bancaron el estudio, y se los agradezco. Pero la verdad es que nunca quise tener un jefe, no puedo, soy independiente y necesito eso para trabajar y para vivir, tengo que saber que soy yo quien toma las decisiones", dice Marcelo, y entonces vuelve a sonar el teléfono.

-Sí, viajo el 17, no, el 18 no hay vuelos. ¿Probaste con Tam? ¿Con Iberia? Fijate.

Entre los enólogos hay una máxima: un profesional del vino puede realizar en su vida productiva unas 35 cosechas si trabaja, más o menos, entre los 25 y los 60 años. Eso significa que solo tiene 35 oportunidades para hacer todo lo que sabe hacer, lo que quiere hacer. O sea, arriesgarse solo un poco es siempre arriesgarse mucho. ¿Cuántos partidos juega un futbolista en Primera? ¿Cuántos shows o temas puede grabar un músico? ¿Cuántas operaciones practica en su vida un cirujano?

Cuando termina de meter todo su vino argentino en tanques y barricas, Pelleriti deja el mando a su equipo -comandado por el enólogo Juan Ubaldini- y cruza el Atlántico para empezar el proceso en Francia. De esta manera, duplicó las posibilidades haciendo dos cosechas por año. Le encontró la vuelta. Trabaja para la familia Péré-Vergé, que tiene viñedos y bodegas en Francia: Château Montviel, Château La Gravière, Château Le Gay y Château La Violette. En esta última es donde hizo su propio gol a los ingleses, o mejor dicho, a los franceses: con la cosecha 2010 se transformó en el único enólogo argentino en recibir 100 puntos Parker en una etiqueta. Y, aunque haya quedado solapado, recibió 99 con el Le Gay 2010. "Los puntos son una ventaja comercial, a mí no me interesan demasiado. A la mañana siguiente me despierto igual, con y sin puntos."

Hacer vino en Francia es muy diferente que en la Argentina. El clima, el suelo, las lluvias, la gente, el valor final del vino, la tradición, la comercialización. "Pero lo más importante es lo humano, tomar las decisiones, hacer otra cosa, jugársela un poco más. Cuando llegué a Francia la idea era copiar, este cuartel de allá se combina con el de acá, y así. Creo que les rompí un poco la estructura. Y funcionó. Una vez vino Ángel Mendoza -enólogo histórico de Trapiche, ahora dedicado a un proyecto personal, Domaine ST Diego- a la facultad de Enología a dar una charla que me marcó mucho, salí con unas ganas tremendas de hacer vino. Nadie hace vino porque no le gusta, o por simples fines comerciales. Nos encanta hacer vino, es lo mejor que podemos hacer en el mundo".

EN EL VALLE

Unos kilómetros antes de la bodega el paisaje cambia. Nos metemos en un camino rural donde los sauces ocultan duraznos en flor de un violeta que hipnotiza y los cerezos, con sus flores blancas, recuerdan un invierno japonés. El paraíso se completa con las cumbres nevadas de fondo. Además de su belleza geográfica, el Valle de Uco guarda algunos secretos bajo tierra. "Yo creo definitivamente en el terroir, estoy convencido de que la conformación del suelo le da una identidad al vino y eso es lo que Michel Rolland vio en Uco. También creo que acá podemos hacer -y hacemos- vinos que están a la altura de los mejores del mundo. Lo único que necesitamos es más tiempo. El negocio del vino nunca es a corto plazo, los primeros resultados serios se ven a los diez años. No es un trabajo para ansiosos."


Además de ser la alma máter de estas 850 hectáreas plantadas de Malbec, Cabernet, Syrah, Merlot, Pinot Noir, Chardonnay y otras variedades, el enólogo francés Michel Rolland es el responsable del desarrollo profesional de Pelleriti. Cerca del año 2001, Rolland convocó a unas entrevistas para elegir a un profesional que llevara adelante sus proyectos locales. Marcelo hacía vino de forma independiente, tenía un microemprendimiento en el que compraba uvas a productores conocidos y vinificaba unas 15 mil botellas. "Eran todos monstruos de la enología y yo, un pichi cualquiera. Fui a la entrevista con mi botellita de Cabernet. Lo probó y me preguntó si me gustaba hacer vino y si sabía trabajar. Le dije que sí, que hacer vino era lo que me interesaba, pero que no tenía experiencia a gran escala. Creo que lo que vio Michel fue la actitud, las ganas de llevarme todo por delante. Dos semanas después me llamó desde California y a los tres meses estaba en Francia tratando de entender cómo se hacía vino allá", dice, y entonces suena el teléfono, otra vez.

-¿Tenés las muestras sobre la mesa? Ahí voy.

Marcelo sube por el ascensor del edificio y nos deja con Aldana Gallardo, una de las responsables de área turística de Monteviejo, donde se reciben visitantes para darles de comer y de beber mientras pueden disfrutar del paisaje, entender cómo se hacen los vinos y comprar alguna botella para llevar. "Trabajar con Marcelo es increíble, nosotros tratamos de ordenarle un poco todo porque va a mil -dice ella-. La idea es que, cuando llega, deba resolver la menor cantidad de cosas posibles. Viene y te preguntá «cómo lo ves. Hacelo así entonces», te dice, «confiá». Y sigue. Siempre me deja con una idea dando vueltas en la cabeza, con mucha energía. Cuando vuelvo a casa y recorro los veintisiete kilómetros en este paisaje increíble pienso cosas, le voy a proponer esto, mejor cambiar aquello".

Juan Ubaldini, la mano derecha enológica de Marcelo en la bodega, se suma al coro de elogios: "Es como jugar con Messi. Él reparte el juego y nosotros le pasamos la pelota, él baja la línea de lo que quiere y nosotros lo seguimos. Ojo, hay que seguirlo, porque va rápido".

La vida de Pelleriti es un gran cúmulo de ocupaciones múltiples que se resuelve con un equilibrio notable y, sobre todo, con excesiva tranquilidad: si cualquier mortal tuviera tamaña cantidad de tareas y responsabilidades, podría morir de un infarto en segundos o, como mínimo, vivir al borde del ataque de pánico. Pero debe ser el vino, o el entorno, o la elección de su equipo. O tal vez saber que él tiene el mando y que ocuparse de todo es, antes que una obligación, una necesidad: la única manera de hacerlo.

Lo cierto es que a primera vista resulta algo contradictorio, un tipo que va a mil, que produce poco menos de un centenar de etiquetas entre Mendoza, Cafayate, Francia y España, que organiza anualmente un festival de rock que va por su quinta edición en el medio de una bodega donde comparten escenario músicos como Pedro Aznar, Jaime Torres, los Pericos, los Enanitos Verdes o Catupecu Machu con quienes, además, hace vino. Un tipo que está casado, tiene dos hijos y una casa en Chacras de Coria, Mendoza, con una sala especialmente preparada para tocar la guitarra. Alguien que recibe llamados cada quince minutos en tres idiomas que le demandan decisiones como ahora mismo que, cuando suene el teléfono por enésima vez, va a reservar una mesa en el restaurante vasco Berasategui, a unos pocos kilómetros de San Sebastián -España-, donde estará cenando dentro de un par de semanas.

Un tipo que va a mil y, sin embargo, cuando se siente a almorzar en la bodega, se va tomar el tiempo para hablar despacio, para recordar buenos y malos momentos con sus amigos, para describir un disco de los Beatles con una tranquilidad asombrosa, mientras disfruta cada trago de los vinos que sirve. Marcelo Pelleriti vive rápido pero no está apurado. Porque hacer vino es como tocar a tempo, mantener un ritmo que puede ser pianissimo o forte. Lo importante es resetar el tempo, afinar, dar con la nota correcta, en el oído y en el paladar. Cosechar en el momento indicado, fermentar el tiempo justo, criar lo necesario, tocar la nota en el compás correcto, afinar con la naturaleza. Dominar la técnica a la perfección para llevarla más allá, usar el conocimiento para multiplicar la expresión, de la música y del vino. Un buen tinto es como una buena canción, no tiene nada de más ni de menos, dice lo que tiene que decir de la mejor manera posible. Una buena etiqueta cuenta una historia, el mundo según quién la hace. "Me da vértigo pensar que algunos vinos que estamos terminando ahora van a venderse en ocho años", dice, y entonces suena el teléfono.

SETENTA ETIQUETAS, VEINTE GUITARRAS

Sobre la mesa hay unas veinticinco botellas ordenadas con vinos de todo el Valle de Uco. Vinos propios y ajenos, porque la demanda está superando a la producción y Marcelo debe decidir si suma algunos litros para completar su línea básica de varietales. Botella por botella, con una velocidad exagerada, sirve para él y sus ayudantes, prueba, hace un gesto, escupe en una cubetera y anota. De vez en cuando pregunta algo, confirma la cantidad de litros disponibles de la muestra y mira a sus asistentes. Nunca dice si algo está mal, pero cuando un tinto le gusta, mira. Con el gesto alcanza, casi no hay palabras, un sí con la cabeza, una nariz fruncida y suficiente.

Pelleriti produce, en tres países y cuatro regiones del mundo, casi setenta etiquetas. En el Valle de Uco hace tres de la línea Festivo; cuatro de la línea Petit Fleur; cuatro que llevan su nombre -dos de ellos se llaman Sol Fa Sol-; cinco junto a su socio Pedro Aznar, con quien desarrollaron la línea Octava con vinos muy bien calificados; dos para el guitarrista mendocino de los Enanitos Verdes Felipe Staiti -Vértigo y Euforia-; cortes para Juanchi Baleirón de los Pericos, Fernando Ruiz Díaz de Catupecu Machu, Gillespi, Jaime Torres, Coti, Rano Sarbach, Claudio Kleiman, Rafa Franceschelli, Matías Camisani y Dolores Barreiro, además del vino del Clos de los Siete y algunas otras botellas. En Cafayate desarrolló junto con Francisco Lavaque y el inglés Hugh Ryman -cuya historia de vanguardia puede conocerse por la película de Ridley Scott A good year, protagonizada por Russell Crow- un proyecto llamado Vallisto, que propone "un blend de enólogos". Del otro lado del mundo, antes de llegar a Francia debe hacer una escala en Rioja, España, para llevar adelante un vino junto a José Luis Ruiz Santos. Cuando llega a Francia, trabaja con cuatro Château en los que realiza dos o tres líneas de etiquetas por cada uno. "Y alguna vez hice vinos con jugadores de fútbol, con Heinze y Ayala".

-¿Y cuándo tenés tiempo para otra cosa?

Pelleriti colecciona guitarras. Ahora mismo, en la bodega, saca del estuche dos Pensa. Muestra una tipo Stratocaster, igualita a la que el luthier Argentino Rudy Pensa -radicado en Nueva York- le hizo al flaco Spinetta. Y otra celeste, como a una de las tantas que le hizo a Mark Knopfler, de Dire Straits. Por último, muestra una Fender original color crema, hecha de maple. Tiene guardadas algunas Gibson históricas SG de los 60, una Gibson 335, una Telecaster como la de Keith Richards pero negra y firmada por sus ídolos, entre muchas acústicas y eléctricas. Cuenta unas veinte por miedo a no decir más.

"La guitarra es para mí el psicólogo -dice-. Cuando puedo, al llegar a casa me enchufo un par de horas en la sala y bajo un cambio". Sin embargo, la música es algo más que una terapia; de su relación con la guitarra nació el Wine Rock. "Era un asado de fin de cosecha, en el medio de la bodega, que salió buenísimo. Empezamos a guitarrear y fantaseamos con armar un recital. A veces, traíamos bandas para que tocaran en la terraza, y entonces decidí armar un festival un poco más grande, pero enseguida se me fue de las manos".

El Wine Rock es un evento anual que une a músicos y bebedores en un entorno único. El público llega, toma su copa y de ahí en más es convidado con música y vino. Ya son habitué Pedro Aznar, Catupecu Machu y los Pericos. "Y siempre toco con mi banda, The Cellars". Sí, además de todo lo que hace, Marcelo Pelleriti tiene una banda.

Y si bien el imaginario colectivo nos lleva a asociar el reviente del rock con el whisky o la cerveza -sus orígenes urbanos y sajones, entre Gran Bretaña y Estados Unidos, confirman el pensamiento común-, y el vino suele quedar reservado para el folclore, hay una hermandad que viene a desterrar la postal: será que el rockero maduro y asentado encuentra en el vino una superación de la rebeldía adolescente y Pelleriti, que nació y se crió escuchando rock, encontró el lugar indicado para llevar adelante el enlace.

"Me quedé con muchas ganas de conocer a Gustavo Cerati. Una noche estaba en Buenos Aires y me llamó Rano para un asado. «Estamos siempre con gente», me dijo Gabriela, mi mujer, «hoy quedémonos en casa», y nos quedamos. Al otro día Rano me contó que había estado Gustavo. «Tendríamos que haber ido»", me dijo Gabriela.

Cuando hace quince años el célebre Michel Rolland lo contrató para que se ocupara de sus viñedos en la Argentina, él dividía sus días entre producir vinos a escala doméstica y tocar la guitarra. Hoy, convertido en uno de los mejores enólogos del país, unió sus dos pasiones: mientras se reparte entre las cosechas de Mendoza y Francia, les diseña etiquetas a las estrellas de rock.

MENSAJE EN LA BOTELLA

Hasta 2013, la jefa directa de Marcelo era Catherine Péré-Vergé. Fue Michel Rolland quien se enamoró del terruño de Uco y convocó a bodegueros bordeleses para que invirtieran en la Argentina. Así se creó el Clos de los Siete: un conjunto de cuatro bodegas -Monteviejo, Diamandes, Cuvelier de los Andes y Bodega Rolland- que comparten 850 hectáreas en Vistaflores y producen un vino en común que, también, hace Marcelo. En ese contexto, fue Catherine quien dejó ser e impuso a Pelleriti tanto en la Argentina como en Francia. Esto, hay que decirlo, fue una jugada de vanguardia: llevar a un enólogo joven del nuevo mundo a Pomerol y tener éxito es muy meritorio. Y Pelleriti rindió mejor de los esperado con sus 100 puntos Parker.

"En 2013, Catherine falleció y para mí fue una pérdida terrible. Viajé a Francia para despedirla y sus hijos me dijeron algo que nunca voy a olvidar, que su madre les había dejado un hermano en la Argentina." Entonces los herederos de la familia Péré-Vergé le preguntaron a Marcelo si quería seguir con ellos; la condición era quedarse por lo menos diez años. "Diez no. Espero poder quedarme treinta y tomar esos vinos con mis hijos -dijo Pelleriti imponiendo él otra condición-: pero me dejan llevar a mí la dirección de la empresa".

Marcelo forma parte de una generación de enólogos que ha decidido tomar las riendas en el asunto. Sus antecesores, profesionales que todavía trabajan en grandes bodegas, como Jorge Riccitelli -Norton-, Pepe Galante -Salentein- o Walter Bressia -Bressia- fueron los encargados de imponer, a través del Malbec, el vino argentino en el mundo. Pelleriti y sus pares, como Alejandro Vigil, Sebastián Zuccardi, Matías Riccitelli o los hermanos Michelini, cambiaron el perfil del enólogo típico: se sacaron el delantal y comenzaron a ser protagonistas. Abandonaron el reducto técnico para ser autores que firman sus creaciones: son artistas que, además de buscar y crear piezas únicas encerradas en una botella, salen a venderlas, porque es la única manera de contagiar esa pasión.

Comercializar vinos franceses -en Francia y en el mundo- no es lo mismo que vender vinos argentinos. "Los franceses se venden solos, por marca, por tradición. Los nuestros hay que salir a ofrecerlos." Así que Marcelo, también dedicado con mucha profundidad a la parte comercial y gerencial de la bodega, carga sus botellas, su computadora con un sticker de Jimi Hendrix y viaja una vez por mes a ofrecer sus vinos mendocinos. "En Estados Unidos es muy diferente que en Perú o Brasil. En Sudamérica conocen nuestra cultura, saben quiénes somos. Todo el rock nacional invadió el continente, mirá Soda, mirá Charly. Nos conocen, no hay que explicar demasiado. Para los gringos es diferente: abro la máquina, una botella, les pongo el video y les empiezo a contar. El vino tiene que transmitir la historia de quienes lo hacen, sus vidas, el ruido de las tijeras, de las máquinas, lo que sentimos en este lugar, la música".

Lo cierto es que desde hace dos años, el ejercicio económico de la bodega se dio vuelta y comenzó a crecer exponencialmente. Además de hacer buenos vinos, Pelleriti sabe hacer buenos negocios. "El secreto es no pedir permiso. Es preferible pedir disculpas", dice justo antes de que vuelva a sonar el teléfono.

Fuente: Tomás Linch / Fotos de Félix Busso - Conexión Brando.

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